07/01/11*

Hoy mismo he descubierto que conduces habitualmente con una velocidad media de 80 kilómetros por hora. Nunca lo había notado, el coche nunca se te ha descontrolado, ni siquiera un poco. Ni una ligera vacilación, ni siquiera una apreciación en mi estómago, cuando el coche supera un bache. Nada. Tu conducción serena se mantiene siempre y es como si la carretera fuese una extensión más de tu coche. Es curioso. Conduces tranquilamente, casi sin inmutarte, aunque suene ‘La musicalité’ y tenga mi mano metida en tu chaqueta. Tarareas para disimular cuando adelantas a un coche. Controlas la conducción, las canciones que nos acompañan como banda sonora y el ejercicio erótico con un orden exquisito. Casi de gradación. Lo primero es nuestra seguridad, lo segundo controlar el tono. Te pasas al carril izquierdo agudizando el sentido de la vista hasta asegurarte que no viene nadie, cantas aquello de: ‘no puedes decir que no, no puedes decir jamás, no puedes pedir perdón, tan solo te quiero más…’ y alargas la ese final para que tu interpretación sea creíble, justo antes de que te distraigas pidiéndome un beso, o acabes agarrando mi mano fuertemente.

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