Es la historia de mi vida. No sé cuándo acabará, ni cuándo volveré a verle. Parece una historia a distancia, de esas que no se ven y duran pocas veces, pero no es así. Él es el dueño de mi vida. Hablamos al menos 2 veces al día y, aunque tenemos rachas en las cuales casi ni nos vemos, sé que está ahí, para lo que sea, él está ahí. Puedo sentir su latir a través del teléfono y, si en algún momento no aguanto la espera, que suele pasar 9 de cada 10 veces, con sólo sentir su sonrisa me da la vitalidad que hace falta para seguir esperando, seguir adelante, como si hubiese pasado sólo un día desde que rocé sus labios por última vez. ¿Sabes? No lo mantenemos a distancia, pero a él, a ese amor al que no veo las 24 horas del día, le entregué mi corazón.

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